La senda de lo común como vía de transformación social

Tradicionalmente, las propuestas sociales y económicas de la izquierda han topado con los intereses de los pequeños propietarios, los pequeños agricultores y los pequeños comerciantes, lo que solemos llamar pequeña burguesía desde la época de la revolución francesa.

Pese a que son explotados por las oligarquías, se sienten más cercanos a ellas que al proletariado, en parte por el temor a sufrir una desposesión en el transcurso de una hipotética revolución social y en parte por el espejismo del ascenso social. En el transcurso de los últimos 100 años, esta postura antagónica de la pequeña burguesía frente al proletariado se ha hecho más profunda por diversos motivos. El gran desarrollo del capitalismo tras la Segunda Guerra Mundial, la mejora en las condiciones sociales y laborales de la clase trabajadora, el enriquecimiento de muchos pequeños comerciantes y propietarios al calor del crecimiento económico, así como el acceso de la mayoría de trabajadores a una vivienda en propiedad, cambiaron la correlación de fuerzas en los años anteriores a la primera crisis del petróleo. Una consecuencia fue el ascenso a los puestos de gobierno occidental de los nuevos políticos “neo liberales”, partidarios del capitalismo salvaje y de la merma de derechos sociales y laborales de la población asalariada. Todas las mejoras sociales y laborales anteriores a la “era Tatcher-Reagan” siguen marcando la vida social y política de los países de nuestro entorno, que han experimentado de forma paulatina pero implacable la pérdida de representación institucional de las formaciones políticas abiertamente partidarias de un estado socialista. Resulta paradójico que, en una situación socio-económica abiertamente hostil a las clases trabajadoras, los que llegan al gobierno en los países más atacados por las desigualdades sean siempre los partidos defensores a ultranza del statu quo. La sociedad occidental actual vive atrapada en el paradigma capitalista, de modo que, incluso los antiguos partidos socialdemócratas se han reconvertido en socio-liberales, incapaces de concebir una sociedad al margen del capitalismo.

Es frecuente escuchar en los entornos progresistas la gran pregunta, llena de asombro y amargura: ¿pero, qué más tiene que pasar para que la gente abra los ojos y salga a la calle a luchar por sus derechos? En mi opinión, sólo una realidad madmaxiana podría hacer reaccionar a la mayoría social, esa que sigue pensando que todo podrá arreglarse “cuando lleguemos al poder”, esa que se debate entre votar PSOE, votar Podemos o no votar, esa que quiere volver a la situación anterior a la crisis financiera de 2007, esa que se siente clase media caída en desgracia pero con posibilidades de mejorar a poco que “esto mejore”. No nos engañemos, señoras y señores, no van a salir a las calles a luchar, van a esperar que todo vuelva a su cauce.

Llegados a este punto de la argumentación, habrá que hacer una recapitulación y establecer una serie de puntos de partida:

La mayoría social occidental se siente clase media, ha perdido la conciencia de clase trabajadora. De nada sirve apelar una y otra vez a ese concepto. La recuperación de la conciencia de clase sólo podrá lograrse por la vía cultural, y en eso, la derecha nos va ganando la partida. No hay que abandonar la senda, pero será un camino largo y lleno de dificultades.

– El mayor elemento limitante entre la realidad social occidental y los conceptos clásicos del socialismo, en cuanto a reparto de la riqueza, es la propiedad privada. Vivimos en una sociedad de pequeños propietarios, felices con sus bienes privativos y deseosos de acceder a algunos más. Incluso los desposeídos por la crisis aspiran a recuperar la propiedad de una vivienda o un coche. El mayor y más peligroso logro del capitalismo ha sido meter el veneno del individualismo en la sangre de la gente, de modo que las realidades “yo” y “lo mío” son las más importantes para las gentes de toda condición. De nuevo nos encontramos con un problema cultural y de nuevo la derecha nos va ganado la batalla. Si queremos cambiar poco a poco este sentimiento grabado a fuego en el corazón de la gente, habrá que desarrollar la imaginación, buscando ofrecer las ventajas de lo común frente a lo individual con constancia y eficiencia. De nuevo un camino largo y penoso.

El cambio climático y los límites físicos del planeta son dos elementos que juegan en contra del capitalismo. Sin embargo, la reacción está siendo de aceleración de los procesos de desposesión y endurecimiento de las condiciones de vida de millones de personas. El sistema capitalista no es capaz de adaptarse al peak everything, ni al calentamiento global, puesto que sólo es posible su continuidad en un modelo de crecimiento infinito. La sostenibilidad es anti capitalista, de modo que la reacción es una huída hacia adelante. Esta realidad, tan negativa para todas las personas, es un elemento de suma importancia para tener en cuenta a la hora de plantear una sociedad igualitaria y justa. El nuevo modelo social del siglo XXI deberá ser capaz de ofrecer una alternativa económica en el mundo post capitalista que, irremediablemente, se avecina. En caso contrario, serán los movimientos totalitarios los que tomen las riendas.

– La amenaza de los movimientos políticos totalitarios es ya una realidad, lo vemos todos los días en prensa y televisión. La mayoría social occidental ha sido programada culturalmente para ser individualista, para despreciar la solidaridad. El patriarcado, cada vez más patente, ha moldeado personas que necesitan ídolos, líderes, mesías. La figura de autoridad no sólo se da y exige en el ámbito familiar, sino en la escuela, en el trabajo y en la vida social y política. La familia, la escuela, las rivalidades deportivas, la lucha caníbal en el ámbito laboral, todo dedicado a promover la competitividad y evitar que se produzcan la colaboración y la solidaridad. Las personas han sido educadas en la minoría de edad política y social permanente, en la falta de criterio y en la incapacidad de análisis. Lo más cómodo es alguien que garantice que los derechos individuales serán defendidos frente a los que vienen de fuera a arrebatarlo todo. Otra batalla cultural, una más, perdida. Otro camino penoso que hay que seguir para intentar cambiar las cosas.

– Otro factor perturbador para la transformación social es la llamada globalización. Las sociedades de los países occidentales de los siglos pasados eran bastante impermeables a los avatares políticos en Asia o África. Sin embargo, el proceso de deslocalización industrial sufrido tras la segunda crisis del petróleo y, más ferozmente tras la crisis financiera de 2007, ha hecho que todo lo que ocurra en Asia y África repercuta en Europa y en el norte de América. Por un lado, la clase trabajadora occidental ha sufrido una enorme precarización y por otro, las guerras provocadas para controlar países ricos en recursos naturales o posiciones geoestratégicas esenciales, han provocado el éxodo de enormes masas de población desde África y Asia hacia Occidente. Todo ello ha hecho nacer un sentimiento de xenofobia que alimenta los movimientos totalitarios de los que ya hemos hablado. Este “efecto mariposa” mundial nos lleva a plantear que ningún país podrá conseguir una transformación social, política o económica de forma aislada, lo cual es una dificultad añadida y un enorme reto para las formaciones políticas transformadoras. La necesidad de un planteamiento común en los países occidentales nos lleva pensar en una especie de nueva “Internacional Socialista”, un lugar común en el que poder diseñar estrategias y plantear objetivos. El problema está en que las estructuras partidarias tradicionales, tanto socialistas como comunistas, se encuentran inmersas en el paradigma capitalista, lo que las invalida para un reto tan ambicioso. Tal vez el desarrollo de pequeñas organizaciones autónomas a nivel local y regional podría ser el germen de una confederación de organizaciones transformadoras. Empezar por lo cercano puede ser, a mi modo de ver, la mejor estrategia. En cualquier caso, esto ya está sucediendo.

– Nuestros objetivos serán mostrar cómo lo colectivo nos enriquece a todas y cómo la solidaridad beneficia a toda la sociedad. Defender lo común frente a lo individual, promover la inclusión de las diferentes, la responsabilidad social, el igualitarismo y la justicia, esas serán nuestras armas. Eso pasa por arrinconar las batallas internas dentro de nuestras organizaciones. Habrá que sustituir los liderazgos, tan proclives a las luchas de poder, por los consensos y la inteligencia colectiva. Si en nuestro seno tenemos “familias” enfrentadas entre sí, jamás conseguiremos transformar nada. Habrá que pasar por un proceso de empoderamiento de las bases y un cambio de modelo organizativo interno en nuestros colectivos, con toma de decisiones y elecciones de “delegadas” mediante democracia directa.

Hay que garantizar la horizontalidad, el debate interno y la rendición de cuentas. La senda marcada por el 15-M es la única que puede revitalizar la vida política de nuestras sociedades. Cierto es que la mayoría no tiene interés por participar en la vida política, pero más cierto es que, sin una metodología puramente democrática, nunca conseguiremos atraer a las personas a involucrarse en lo común. Prueba de ello es que, en el ciclo político que comenzó en 2011, las asambleas han ido vaciándose a medida que las organizaciones han ido replegándose en estructuras partidarias tradicionales. Los nuevos sujetos políticos reclaman una participación directa y un control colectivo de las organizaciones, así como un cambio en las relaciones con nuestros “representantes” en las instituciones. Lo de “mandar obedeciendo” debe ser inamovible. Si no somos capaces de desarrollar esa nueva democracia que reclama nuestra sociedad, al menos la parte de ella que puede transformar al resto, habremos perdido la batalla.

Fuente: Ana Barba