Un post está moviéndose en las redes sociales, en respuesta a la Marcha de la Mujer del sábado 21 de enero de 2017. Comienza con “No soy una vergüenza para las mujeres porque no apoyo la marcha de las mujeres”. Yo no siento que soy una “ciudadana de segunda clase” porque ser mujer… 

Esta es mi respuesta a ese post.

Dí gracias

Di gracias a las mujeres que te dieron una voz. Di gracias a las mujeres que fueron arrestadas y encarceladas y golpeadas y gaseadas para que tú puedas tener una voz. Di gracias a las mujeres que se negaron a retroceder, a las mujeres que lucharon incansablemente para darte una voz. Di gracias a las mujeres que pusieron sus vidas en espera, que -afortunadamente para ti- no tenían “mejores cosas que hacer” que marchar y protestar y reunirse por su voz. De ese modo tú hoy no te sientes como una “ciudadana de segunda clase.” Y consigues sentirte “igual”.

Agradece a Susan B. Anthony y Alice Paul por tu derecho a votar.

Agradece a Elizabeth Stanton por tu derecho al trabajo.

Agradece a Maud Wood Park por tu atención prenatal y tu identidad independiente de la de tu esposo.

Agradece a Rose Schneiderman por tus condiciones de trabajo humanas.

Agradece a Eleanor Roosevelt y Molly Dewson por su habilidad para trabajar en política y afectar la política.

Agradece a Margaret Sanger por el control legal de la natalidad.

Agradece a Carol Downer por tus derechos de a la salud reproductiva.

Agradece a Sarah Muller por tu educación en igualdad.

Agradece a Ruth Bader Ginsburg, a Shannon Turner, a Gloria Steinem, a Zelda Kingoff Nordlinger, a Rosa Parks, a Angela Davis, a Malika Saada Saar, a Wagatwe Wanjuki, a Ida B. Wells, a Malala Yousafzai. Agradece a tu madre, a tu abuela, a tu bisabuela que no tenían ni la mitad de los derechos que tú tienes ahora.

Tú puedes hacer tus propias elecciones, hablar y ser escuchada, votar, trabajar, tener el control sobre tu cuerpo, defenderte, defender a tu familia, gracias a las mujeres que marcharon. No hiciste nada para ganar esos derechos. Naciste con esos derechos. No hiciste nada, pero cosechas los beneficios que esas mujeres, mujeres fuertes, mujeres que lucharon contra la misoginia y el patriarcado también por tí. Y ahora  te sientas en tu pedestal, un pedestal que tienes la suerte de tener, y escribes. Una guerrera del teclado. Una luchadora por complacencia. Una beneficiaria de lo que te fue dado. Una negadora de los hechos que lo hicieron posible. Envuelta en tu ilusión de igualdad.

No eres igual. Aunque te creas que lo eres. Todavía ganas menos que un hombre por hacer el mismo trabajo. Ganas menos como directora general, como atleta, como actriz, como médico. Ganas menos en el gobierno, en la industria tecnológica, en la atención sanitaria.

Todavía no tienes todos los derechos sobre tu propio cuerpo. Son los hombres quienes todavía están debatiendo sobre tu útero. Sobre tu atención prenatal. Sobre tus opciones.

Aun tienes que pagar impuestos por tus necesidades sanitarias básicas.

Todavía tienes que llevar la maza cuando caminas sola por la noche. Todavía tienes que probar ante la corte por qué estabas borracha la noche en que fuiste violada. Todavía tienes que justificar tu comportamiento cuando un hombre te fuerza.

Aún no tienes una licencia de maternidad pagada (ni siquiera no pagada). Todavía tienes que volver a trabajar mientras tu cuerpo está roto. Mientras que en silencio sufres de depresión posparto.

Todavía tienes que luchar para amamantar en público. Aún tienes que demostrarles a otras mujeres que tienes derecho a hacerlo. Aún ofendes a otros con tus senos.

Todavía eres un objeto. Todavía eres objeto de piropos. Aún estás sexualizada. Todavía te dicen que estás demasiado delgada o que estás demasiado gorda. Todavía te dicen que eres demasiado vieja o demasiado joven. Se te aplaude cuando “envejeces con gracia”. Todavía se dice que los hombres envejecen “mejor”. Todavía se te dice que te vistas como una dama. Todavía te juzgan por tu traje en lugar de lo que está en tu cabeza. La marca de tu bolso todavía importa más que tu título universitario.

Todavía estás siendo abusada por tu marido, por tu novio. Aún estás siendo asesinada por tu pareja. Eres golpeada por tu alma gemela.

Aún estás peor si eres una mujer de color, una mujer gay, una mujer transexual. Aún eres acosada, menospreciada, deshumanizada.

A tus hijas se les dice que son hermosas antes de que se les diga que son inteligentes. A tus hijas se les dice que se comporten aunque “los niños sean niños”. A tus hijas se les dice que los niños tiran del pelo o las pellizcan porque les gustan.

No eres igual. Tus hijas no son iguales. Aún estás sistémicamente oprimida.

Estonia permite a los padres tomar hasta tres años de licencia, totalmente pagados por los primeros 435 días. Estados Unidos no tiene ninguna política que cubra el permiso de maternidad.

Las mujeres de Singapur se sienten seguras caminando solas por la noche. Las mujeres estadounidenses no.

Las mujeres de Nueva Zelanda tienen la menor brecha de salarios entre hombres y mujeres, con un 5,6%. La brecha salarial de los Estados Unidos es del 20%.

Islandia tiene el mayor número de mujeres directivas, con un 44%. En Estados Unidos es del 4,0%.

Los Estados Unidos ocupan el puesto 45 respecto de la igualdad de hombres y mujeres. Detrás de Rwanda, Cuba, Filipinas, Jamaica.

Pero lo entiendo. No quieres admitirlo. No quieres ser una víctima. Piensas que el feminismo es una palabra sucia. Crees que no es elegante luchar por la igualdad. Odias la palabra coño. A menos que, por supuesto, lo uses para llamar a un hombre que no está a la altura de tu nivel de virilidad estándar. Conoces el tipo de hombre que “permite” a “su” mujer hacer lo que le parezca. Lo entiendo. Crees que las feministas son emocionales, irracionales, irrazonables. ¿Por qué las mujeres no están satisfechas con sus vidas, verdad? Obtienes lo que obtienes y no te molesta, ¿verdad?

Lo entiendo. Quieres sentirte empoderada. No quieres creer que estás oprimida. Porque eso significaría que eres realmente una “ciudadana de segunda clase”. No quieres sentirte como una. Lo entiendo. Pero no te preocupes. Caminaré por ti. Caminaré por tu hija. Y la hija de tu hija. Y quizás todavía creerás que el mundo no cambió. Creerás que siempre has tenido los derechos que tienes hoy. Y eso está bien. Porque las mujeres que realmente cuidan y apoyan a otras mujeres no les importa lo que piensas sobre ellas. Ellas se preocupan por su futuro y el futuro de las mujeres que vienen después de ellas.

Abre tus ojos. Ábrelos de par en par. Porque estoy aquí para decirte, junto con millones de otras mujeres que no eres igual. Nuestra igualdad es una ilusión. Un buen juego de manos. Un truco de la mente. Siento decirte, pero no eres igual. Y tampoco lo son tus hijas.

Pero no te preocupes. Caminaremos por ti. Lucharemos por ti. Nosotros lo defenderemos. Y un día serás igual, en vez de sentirte como tú.

~ Dina Leygerman, 2017

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Publicado en: https://medium.com/@dinachka82/about-your-poem-1f26a7585a6f#.etfzb6t2n