La discreta muerte evitable de 15.000 mayores cada invierno

Pobreza, exclusión y falta de planificación se esconden detrás de un fenómeno que no es inevitable, pero pasa desapercibido, entre otras cosas, porque se ceba con un colectivo socialmente acallado en el que la muerte nunca parece inesperada.

El invierno europeo debe de estar llevándose ahora mismo la vida de 15.000 personas mayores que, en realidad, podrían, deberían seguir vivas en primavera. En el invierno de 2014 a 2015, la cifra se disparó: aquellas semanas grises, con una gripe especialmente letal, acabaron con la vida de más de 200.000 mayores a quienes no había llegado su hora, y fueron especialmente letales en los países del sur. Solo en el Estado español, aquel invierno arrastró 26.000 vidas más de las esperadas.

El frío lenguaje académico las denomina excess winter deaths, las excesivas muertes del invierno, un anómalo pico estadístico oculto bajo la nieve, una desviación de las cifras que no debería llegar a las morgues.

¿Por qué cada invierno mueren decenas de miles de personas más que en otras estaciones del año? ¿Por qué el frío causa más muertes en las zonas más cálidas de Europa? ¿Se puede evitar que estos días diezmen la población mayor de 65 años?

Pobreza, exclusión y falta de planificación se esconden detrás de un fenómeno que no es inevitable, pero pasa desapercibido, entre otras cosas, porque se ceba con un colectivo socialmente acallado en el que la muerte nunca parece inesperada.

El tuit que predijo la saturación de urgencias

El 28 de noviembre la Agencia Estatal de Meteorología advertía en Twitter de la llegada de una brusca bajada de temperaturas. A las pocas horas, el Grupo de Investigación en Salud y Medio Ambiente Urbano —@GISMAU— del Instituto de Salud Carlos III reaccionaba y tuiteaba su propio pronóstico: “Una semana después aumentarán significativamente las visitas a las urgencias hospitalarias”. Lamentablemente, acertaron.

A los pocos días, las urgencias de muchos hospitales estaban saturadas. Este equipo lleva tiempo estudiando el impacto de las temperaturas extremas en la salud, acaba de publicar una monografía sobre el asunto y ha cuantificado las muertes causadas por olas de frío y calor en todo el Estado.

Cristina Linares y Julio Díaz, dos de sus componentes, han hablado con El Salto: según sus cálculos, durante la década pasada (2000-2009), fallecieron 10.500 personas en algo más de 3.000 días de frío insólito. Es decir, cada día en que el mercurio cae por debajo de ciertos umbrales, 3,5 personas quedan sentenciadas. No mueren al instante, lo que también difumina el drama, sino que caen enfermas o se les complica una patología preexistente y mueren entre 7 y 14 días más tarde. Sin embargo, aclaran, “estos datos se ciñen solo a días en los que la mortalidad aumenta de forma significativa por olas de frío”.

Durante el resto del invierno, la curva sigue aumentando. Otras instituciones miden no solo las muertes atribuibles a olas de frío destacadas, sino que recopilan el goteo semanal de fallecimientos por todas las causas desde los primeros días de frío de cada año. El European Mortality Monitoring Project —EuroMOMO—, con sede en Dinamarca, sigue la pista a la mortalidad semanal de más de 20 países europeos. Su misión es detectar posibles brotes epidémicos, principalmente relacionados con la gripe, pero de paso, recaba series históricas de datos que muestran cómo cada invierno deja más de 10.000 muertes extra en Europa; en años muy duros, hemos llegado a superar las 200.000.

Morir de frío en países cálidos

Pero ¿acaso no es natural que la gente muera más en invierno? Es invierno, hace frío, punto, ¿no?

Si estas muertes fuesen inevitables y achacables a una inclemencia sobrevenida, los países más fríos deberían tener una sobremortalidad invernal mucho mayor que los países cálidos. Sin embargo, los gráficos de la red EuroMOMO dibujan una de las paradojas más inquietantes de este fenómeno: Portugal, Grecia y España suelen liderar el ránking; el invierno deja más muertes en los países del sur.

¿Por qué en los países mediterráneos, con inviernos más templados, el frío causa más estragos que en los países del norte? Parece que una combinación de factores culturales y socioeconómicos está detrás de esta aparente rareza.

Por un lado, el clima suave en el sur habría desincentivado históricamente la adaptación de las viviendas contra el frío. Así, por ejemplo, un estudio de la Organización Mundial de la Salud analizó las condiciones de los hogares italianos y encontró que muchas viviendas tenían ventanas mal aisladas, que dejaban pasar corrientes de aire, y que muchos dormitorios y cocinas tenían manchas de moho y humedad, a menudo de más de 42 por 30 centímetros.

Y en Portugal, el geógrafo Ricardo Almendra acaba de publicar otro análisis que muestra cómo el exceso de mortalidad invernal es más acusado en áreas con peor calidad habitacional dentro del mismo país. Tras analizar la evidencia científica disponible y sus propios análisis, la OMS concluyó que mejorar el aislamiento térmico y la eficiencia energética de las casas podría evitar hasta el 40 por ciento del exceso de muertes invernales.

Primavera, verano, otoño y capitalismo

Las casas mal aisladas de las regiones mediterráneas explican una parte del fenómeno, pero ¿es solo cultural que los países con viviendas peor protegidas contra el frío sean los del sur o puede tener algo que ver que también encierren mayores índices de pobreza?

Hace ya 15 años que Jonathan Healy publicó un contundente artículo analizando los factores de riesgo en el exceso de muertes invernales en Europa. En aquel estudio encontró que, en efecto, el acondicionamiento de las casas tenía una fuerte relación con el exceso de muertes invernales, pero no era el único factor: la renta per cápita, el gasto en salud por habitante, las tasas de pobreza, desigualdad, las privaciones y la pobreza energética también tenían relaciones significativas con porcentajes abultados de mortalidad invernal.

Healy concluyó que “la alta mortalidad estacional en el sur y oeste de Europa podría reducirse mejorando la protección contra el frío en las casas, aumentando el gasto público en salud y mejorando las circunstancias socioeconómicas hacia una distribución de los ingresos más equitativa”.

Sin planes para el invierno

Los estudios del GISMAU también sugieren que, en efecto, es posible desplegar intervenciones que tengan un impacto positivo en la reducción de la mortalidad estacional. Los estudios diacrónicos del equipo de Linares y Díaz compararon el impacto del calor y el frío entre los últimos años del siglo XX y los inicios del XXI y encontraron algo llamativo: “Vimos que la mortalidad por frío aumentaba y que la mortalidad por calor bajaba”.

¿Qué había pasado en esos años en la lucha contra la mortalidad por calor? La explicación que encuentran son los planes de prevención, “que sí se empezaron a aplicar contra el calor —especialmente a partir de la trágica ola de calor de 2003—, pero que no existen contra el frío”.

En efecto, aunque el invierno registra más muertes que el verano y las olas de frío causan más sobremortalidad que las olas de calor, “paradójicamente, no existen en España planes de prevención ante las olas de frío”, señalan.

Termostato y presión sanguínea

¿Qué se podría hacer para reducir el exceso de muertes invernales? El Departamento de Epidemiología y Salud Pública del University College de Londres publicó en 2011 una dura revisión para la sección británica de Amigos de la Tierra.

Por un lado, alertaba de los efectos que tenía la baja temperatura del hogar sobre la salud y la calidad de vida de sus habitantes: adolescentes con más problemas de salud mental (posiblemente por el estrés prolongado) y peores resultados académicos, criaturas con problemas respiratorios y, sobre todo, personas mayores con riesgo grave para su vida.

Por ejemplo, un descenso de 1 ºC en la temperatura de la habitación, se asocia con un aumento de 1,3 mmHg de la presión sanguínea en mayores, lo que explica que el 40% de las muertes atribuibles al invierno se deban a problemas cardiovasculares.

Para más inri, estas personas suelen vivir en edificaciones más viejas y deterioradas, a veces en casas que se han quedado grandes, con materiales y sistemas de climatización desfasados o averiados, suman problemas de salud preexistentes, cuentan con menos ingresos y mayores tasas de pobreza energética y, para colmo, suelen pasar más tiempo en sus hogares, lo que requiere calefactar durante más horas diarias.

En total, las casas frías podrían ser responsables del 22% de la sobremortalidad invernal en Reino Unido. Pero aquel informe también enumeraba los beneficios de la medida estrella que se reitera una y otra vez como fundamental: mejorar la eficiencia energética de los hogares. Curiosamente, esta medida no solo reduce los riesgos del frío, sino que activa mejoras incluso en la nutrición de las familias…

‘Heat or eat’

Algunos estudios han mostrado que durante los meses de invierno, las familias más pobres reducen el presupuesto destinado a alimentación e incluso la ingesta calórica diaria —hasta 200 calorías menos— para poder pagar la calefacción, mientras que las familias ricas agrandan la cesta de la compra durante el frío: es lo que se conoce como el dilema heat or eat, calentarse o comer.

La buena noticia es que las intervenciones que se han centrado en mejorar el aislamiento de los hogares y su eficiencia tuvieron un efecto positivo en la misma línea, pero en sentido contrario. Así, el programa británico Warm Front —hoy Affordable Warmth—, que subvenciona la sustitución de calderas, el aislamiento de paredes o el acristalamiento climático, detectó que muchas familias mejoraron la calidad de su dieta al disponer de más presupuesto e incluso dedicaron más tiempo a cocinar porque la cocina se había vuelto un espacio más agradable en el que estar. En otros casos, mejoraron también las relaciones sociales, ya que algunos hogares prolongaron la jornada familiar y empezaron a recibir visitas hasta horas más tardías.

Estos hallazgos concuerdan con los de la revisión sistemática que publicó en 2013 la iniciativa Cochrane, una de las instituciones de análisis de literatura científica más prestigiosas del mundo. Sus componentes escrutaron casi 40 estudios científicos que habían medido el impacto de ciertas intervenciones habitacionales (mejoras en la calefacción, la eficiencia energética, remodelaciones del vecindario…) en la salud de las personas.

¿La concusión? “La evidencia sugiere que mejoras tangibles en el acondicionamiento de las viviendas puede llevar a mejoras en la salud, incluso a los pocos meses de la intervención”.

Fuente: Raúl F. Millares (elsaltodiario.com)