La huelga feminista es la huelga de todas las trabajadoras

Poniendo en el centro la huelga de cuidados junto a la huelga laboral, el paro feminista del 8 de marzo da con la bisagra que une la dominación patriarcal y la explotación de clase

La última empresa en la que trabajé era una muy pequeña, en realidad como todas en las que he trabajado*. La plantilla la formábamos cuatro mujeres menores de 30 años. No cuento entre el personal laboral a nuestro jefe de 60 años, porque aunque se pagaba a sí mismo un salario como gerente, como buen “empresaurio” español medio, no hacía nada más que entorpecer el trabajo de sus asalariadas, a las que cómo no, llamaba “sus niñas”.

No procederé a elaborar un catálogo descriptivo de los agravios sexistas que sufrimos por parte de aquel típico ejemplar del actual empresariado patrio, porque no dispongo del espacio suficiente y porque sé que escribo para una audiencia capaz de imaginar con mucha precisión cuán agradable podría resultar la jornada de cuatro mujeres profesionales jóvenes con este patrón al mando. Sin embargo, creo necesario compartir un par de momentos álgidos de mi relación contractual con dicho espécimen: las presiones recibidas para reducir mi nómina después de que conoció la profesión de mi marido porque según él “tú no necesitas cobrar tanto” y la insistencia durante mi embarazo en que debería trabajar desde casa en mi baja de maternidad, invitándome a un fraude a la Seguridad Social en nombre del “ya sabes que tal como están las cosas las empresas no pueden permitirse trabajadoras embarazadas”.

Esa relación no duró mucho más allá de cuando di a luz, porque debido al (más que esperado) trato recibido durante el permiso maternal cursé la debida denuncia por discriminación tras la correspondiente consulta con mi sindicato y todo acabó a las pocas semanas en indemnización por despido improcedente.

Mi experiencia en anteriores empresas ya me había enseñado lo que significa ser, además de asalariada, mujer: partimos de una educación en la que el ideal del comportamiento femenino consiste en agradar y cumplir las expectativas ajenas; si opinamos con vehemencia se nos cuelga el “sambenito” de conflictivas; no se incentiva precisamente que seamos más eficientes que nuestros compañeros de trabajo varones o que desarrollemos mejores dotes de liderazgo; sufrimos las dinámicas de funcionamiento de estilo familiar que se vive en las PyME y que se traduce en un trato paternalista y de continuo chantaje emocional hacia las mujeres; pende sobre nosotras el riesgo laboral añadido del acoso sexual. 

No obstante, esta última empresa fue la mejor escuela, salí de ella con un Master en Conciencia de Clase y de Género. Comprobé de primera mano que nosotras no somos consideradas sujetos económicos autónomos, sino una extensión del hombre asalariado a través del núcleo familiar. Fue en ella donde padecí por primera vez la locura de una sociedad patriarcal que sigue sacralizando la maternidad y el cuidado de la familia inserta en un modelo de producción que penaliza y excluye a las mujeres que son madres.

Por supuesto, esa experiencia es una gotita insignificante en un océano de sobreexplotación en el que  millones de mujeres en extrema pobreza se ven obligadas a trabajar en condiciones de miseria en lugares como las Zonas Económicas Especiales establecidas por la oligarquía del capital en los países de la periferia económica, donde las grandes compañías transnacionales asientan su industria auxiliar para acceder a mano de obra barata y no sindicada, con fábricas insalubres en las que las mujeres con sueldos míseros y jornadas de hasta 24 horas llegan a ser la inmensa mayoría del personal contratado.

Mi situación de trabajadora cualificada mileurista que sufrió discriminación de género en una microempresa de servicios en un país del “primer mundo” palidece ante la de las mujeres inmigrantes que trabajan como empleadas de hogar aguantando un régimen especial de contratación que las convierte en las principales esclavas del siglo XXI, compartiendo el podium con los cientos de miles de mujeres y niñas que sufren la trata con fines de explotación sexual. Talleres infrahumanos, prostíbulos controlados por mafias y hogares en los que están de “internas” son los principales centros de trabajo de las mujeres en 2018.

Violencia machista y económica

Esas bolsas de esclavitud y las profundas desigualdades estructurales sobre las que se sostiene la economía capitalista quedaron al descubierto con su actual crisis sistémica, que en su fase neoliberal no defraudó evidenciando una vez más su innata tendencia a morir de éxito, rompiendo en añicos el espejismo de la libertad de elección individual, la igualdad de oportunidades y la meritocracia.

Los cristales rotos tuvo que barrerlos la clase trabajadora, pero los recogedores no se distribuyeron equitativamente: son las mujeres, y sobre todo las migrantes, las que se están llevando la peor parte del feroz ataque neoliberal a nuestras condiciones de vida en aras de frenar la caída de la tasa de ganancia y reavivar la acumulación de capital.

El desempleo y la precarización laboral se han ensañado con las mujeres, que han batido todos los récords de temporalidad y contratación a tiempo parcial; la brecha salarial de género se ha enquistado (manteniéndose entre el 20 y el 30%) a pesar de la igualdad retributiva formal obligada por ley para las mismas funciones, debido a que las barreras para la inserción laboral se han fortalecido con criterios discriminatorios de selección y a que los trabajos peor pagados y valorados así como el subempleo están mayoritariamente feminizados.

En todo ello ha redundado el implacable desmantelamiento de los servicios públicos, sobre todo los de tipo asistencial (cuyo personal funcionario también está altamente feminizado), que ha supuesto una sobrecarga para los hogares y, por lo tanto, para las mujeres, que han tenido que volver a asumir muchas de las tareas de reproducción social y cuidados que las administraciones públicas han dejado de atender y que ya no pueden ser resueltas en el mercado por la drástica pérdida de poder adquisitivo de las economías familiares.

Nuestra doble jornada de trabajo dentro y fuera de casa se ha vuelto asfixiante y la conciliación de la vida personal y laboral se ha revelado como lo que es en realidad: una quimera inalcanzable. El resultado más inmediato: la vuelta a la reclusión doméstica de una gran parte de la población femenina.

El menoscabo de nuestra autonomía financiera ha resucitado las relaciones de dependencia económica familiar o de pareja, lo que es un factor de riesgo ineludible ante la violencia de género. Sin recursos económicos propios y con un gobierno que recorta la protección social volvemos a estar tan indefensas ante el maltrato machista como cuando formaba parte de la omertà de lo doméstico.

La efervescencia actual de movilizaciones y protestas en torno al repunte de agresiones machistas a nivel mundial ha abierto el camino a recuperar la reflexión desde el movimiento feminista sobre su relación directa con las peores condiciones materiales y económicas que sufren las mujeres. Sí, nos matan por el mero hecho de ser mujeres, pero es más probable que nos maten o que vivamos situaciones prolongadas de malos tratos o abuso sexual si además de mujeres somos pobres, desempleadas o trabajadoras precarias.

No es baladí que el Paro Internacional de Mujeres que se convocó el año pasado con motivo del Día de la Mujer Trabajadora se haya convertido abiertamente en una Huelga Feminista que además de hacer hincapié en la pervivencia en la subordinación patriarcal de las mujeres se centre en criticar el sistema capitalista dentro de la que esta tiene lugar, proponiendo una huelga tanto en los centros de trabajo como en las casas, para sacar a la luz todo el trabajo no remunerado que se imputa a las mujeres, así como una huelga de consumo y estudiantil. Tampoco es casualidad ni mera anécdota que desde Ciudadanos, partido desacomplejadamente defensor del libre mercado, se apresuraran a mostrar sus reticencias ante la Huelga que se realizará el próximo 8 de marzo por esconder “cuestiones ideológicas” que van contra el capitalismo.

La centralidad del trabajo no remunerado

Hablar de capitalismo es hablar de trabajo no remunerado. Como explicó Karl Marx en El Capital, los beneficios empresariales dependen directamente de la plusvalía, o lo que es lo mismo, la cantidad de valor creada por la fuerza de trabajo que no es remunerada al trabajador dentro de su salario. Las ganancias del empleador suponen inherentemente la explotación del empleado dentro de la lógica capitalista, generando el conflicto capital-trabajo.

La fuerza de trabajo que produce las mercancías es entonces la que crea el valor económico y permite la acumulación de capital, pero esa fuerza de trabajo no sale de la nada. La fuerza de trabajo productivo depende de otra fuerza de trabajo invisible, el reproductivo, que incluye todas las tareas de mantenimiento de los bienes y espacio doméstico así como la atención y cuidado físico y emocional de todas las personas que en él conviven.

Hay una población asalariada suficientemente sana, bien alimentada y descansada que puede acudir cada día a su lugar de trabajo en el que desempeñar su puesto con el equilibrio y concentración requeridos para resultar productiva; porque hay personas no asalariadas que se ocupan del sostenimiento de sus estándares de vida cotidiana. La capacidad de jerarquizar y de desvalorizar la reproducción social realizada con trabajo no pagado es la base material originaria de la acumulación capitalista. La plusvalía obtenida aquí es total y a pesar de no producir directamente se convierte en el trabajo más productivo del capitalismo porque sin él es imposible ningún modo de producción.

El valor y volumen del trabajo doméstico no remunerado podría suponer entre el 35 y 55% del producto bruto interno de los países, pero no se incluye en la fórmula para realizar los cálculos del PIB a pesar de que esta sí se ha modificado para introducir el montante correspondiente a prostitución y narcotráfico, que solo lo han aumentado en una media de entre el 1 y el 3%. ¿Cómo es que una tarea imprescindible para la vida y para el correcto funcionamiento del sistema, así como para mantener las cuentas de resultados de las empresas, pueda no pagarse en absoluto sin levantar una enorme contestación social?

Son muchas las economistas feministas de tradición marxista que han teorizado este fenómeno, entre ellas Maria Dalla Costa, Selma James o Silvia Federici, que en su libro Calibán y la bruja muestra cómo se fue creando la actual figura de ama de casa con el proceso histórico de tránsito del feudalismo al capitalismo, que fue el que separó el trabajo en la esfera de lo público-productivo y privado-reproductivo e instauró la vigente división sexual del trabajo entre hombre-trabajador asalariado y mujer-trabajadora doméstica.

En Europa, llegado el siglo XVII, las mujeres habían sido expulsadas de la mayor parte de las ocupaciones que tenían fuera del hogar. Anteriormente, en la Edad Media, se las echó de los gremios. Al poco tiempo, ya solo accedían a actividades relacionadas con el trabajo doméstico, como enfermeras, nodrizas, criadas, lavanderas, etc.

En la segunda mitad del siglo XIX, se aprecia una construcción también específica del ama de casa a tiempo completo y de clase obrera, por medio de políticas como el “salario familiar”, las leyes de protección que alejaron a las mujeres de las fábricas y la institución del matrimonio.

Esta transición histórica muestra cómo el trabajo doméstico quedó subsumido a la lógica de la organización capitalista del trabajo. Todo ello hubiera sido imposible sin la inestimable colaboración de la Iglesia, las férreas y sanguinarias legislaciones que castigaban con pena capital el aborto y los métodos anticonceptivos y el papel de la caza de brujas, que fue una guerra en toda regla contra las mujeres. El desarrollo capitalista instrumentaliza el cuerpo de las mujeres y la procreación como un aspecto fundamental para la reproducción de la fuerza de trabajo.

De este modo se ha naturalizado el trabajo doméstico como rol vital y esencial de las mujeres, no se considera siquiera un trabajo, sino un papel de cuidadora que surge biológicamente como extensión de la capacidad reproductora de las mujeres. No se retribuye lo que no existe, claro. Por lo tanto, es gracias a la histórica subordinación patriarcal de las mujeres que el capital se ahorra el coste de todo ese trabajo oculto. La generalización del modo de producción capitalista formó una perfecta simbiosis con las jerarquías y relaciones de poder del patriarcado para acomodarlas a la lógica de maximización de beneficios. Sobre la esclavitud doméstica de las mujeres se ha acumulado y se sigue acumulando una riqueza inmensa.

Conflicto capital-vida

La persistencia agónica del capitalismo se hace posible sobre el pilar de un sistema de trabajo no remunerado injusto e insostenible socialmente que hasta ahora se ha mantenido despolitizado y por lo tanto alejado del conflicto social, gracias a haber sido relegado al ámbito privado-doméstico y a la visión reaccionaria del patriarcado, que feminiza la responsabilidad sobre los cuidados al identificar la capacidad y el deseo de cuidar como consustancial al ser mujer.

En la medida en que esos cuidados se han privatizado y no se valoran como necesidad social imprescindible para la vida ni se admiten como creadores de valor, están directamente relacionados no sólo con la subordinación de género sino con la desigualdad de clase: quien tiene capacidad económica se desentiende de ellos y los transfiere a otras personas que no la tienen, quienes están en peor posición socioeconómica acceden a cuidados de peor calidad porque disponen de menores medios para cubrirlos a la par que tienen una sobrecarga de este tipo de tareas.

El conflicto se extiende más allá del capital-trabajo hasta el conflicto capital-vida, como señala elocuentemente Amaia Pérez Orozco en su completo ensayo Subversión feminista de la economía: el reto está en sustituir la lógica de los mercados que se encuentra en el epicentro económico por la lógica de la sostenibilidad de la vida en términos de universalidad, igualdad y respeto a la diversidad; y en la asunción como responsabilidad colectiva de las tareas necesarias para sostener la vida. La socialización de los medios de producción debe ir por fuerza acompañada de la socialización del trabajo de reproducción que todas y todos necesitamos para vivir (dignamente).

Poniendo en el centro la huelga de cuidados junto a la huelga laboral, el paro feminista del 8 de marzo da con la bisagra que une la dominación patriarcal y la explotación de clase, y evidencia que si lo que se pretende es transformar el sistema, la lucha de clases y la lucha contra el patriarcado deben ir de la mano. La propia Nancy Fraser, feminista y politóloga estadounidense que se encuentra entre las firmantes del manifiesto fundacional de la Huelga Internacional de Mujeres, y que ya advirtió cómo muchos argumentos de las distintas olas del feminismo han sido utilizados al servicio del ascenso neoliberal, hace hincapié en que “la base estructural de la subordinación de las mujeres en la sociedad capitalista es la división entre la producción económica y la reproducción social, ese es el eje central y cualquier política feminista centrada exclusivamente en cualquiera de esos dos polos sin considerar su profunda imbricación e interconexión no podrá lograr la emancipación de las mujeres”.

Por eso la huelga feminista es la huelga general de todas las trabajadoras, las asalariadas y las que trabajan gratis en virtud de los mitos patriarcales de la abnegación femenina, el instinto maternal y el amor incondicional. Será la primera vez que muchas mujeres podrán secundar una huelga para reclamar sus derechos como trabajadoras, el primero de ellos, el propio derecho a ser reconocidas como tales.

  •  Cuestión de pura probabilidad, ya que casi el 83% de las empresas en España tienen sólo entre una y dos personas empleadas, eso las que tienen alguna, pues según los datos del INE, el 55% de las empresas activas en todo el Estado en enero de 2017 no empleaban a nadie, en virtud de un modelo productivo que lo que es producir, no produce mucho

Fuente: Carmen G.Magdaleno (lamarea.com)