«No puede haber capitalismo verde. La ecología no entra en los parámetros del sistema»

Entrevista a Sean Sweeney. ¿Es realmente compatible la economía verde con el capitalismo contemporáneo?

En este contexto tan particular en relación a la lucha contra el cambio climático, las acciones de «Sindicatos por la Democracia Energética» (TUED, por sus siglas en inglés), organización que usted coordina, han cobrado mucha relevancia. Quisiera que nos comente cómo se formó su organización y cuáles fueron las razones que le dieron origen.

En principio, es bueno aclarar que TUED es una red de sindicatos que se estableció a principios de 2013 después de dos encuentros importantes. El primero fue en febrero de 2012 en Johannesburgo cuando uno de los más importantes sindicatos africanos convocó el encuentro para hablar de la estatización de la energía renovable. El segundo encuentro se produjo en el marco de las charlas Río+20, en Río de Janeiro, donde se conmemoró el veinteavo aniversario de la Cumbre de la Tierra. Fue una reunión que convocó a más de 400 sindicatos, donde la Confederación Sindical Internacional (CSI) cuestionó el panorama tan optimista de la transición verde brindado por el Programa Medioambiental de las Naciones Unidas. El mismo planteaba que la transición verde era inevitable, que crearía buenos puestos de trabajo y que el rol de los sindicatos era apoyar a las corporaciones y gobiernos que sostuvieran una agenda ecológica. Y, en recompensa, los sindicatos tendrían la posibilidad de participar del dialogo, con la promesa del dialogo social y el «viviremos felices para siempre». En ese encuentro, hubo una protesta. No una protesta con carteles sino una reacción espontanea donde los sindicatos de algunos países como Argentina, Brasil, uno o dos países europeos y Canadá que dijeron: «Eso no es lo que está pasando. Estamos viendo cada vez más combustibles fósiles ingresar al sistema así como también estamos viendo que las emisiones siguen creciendo». La energía renovable está avanzando en países como Alemania, Dinamarca, pero no lo está haciendo en muchas otras partes del mundo. Lo que observamos es más y más demanda de energía. Inclusive cuando la energía renovable está creciendo llamativamente en algunos países, no llega a reemplazar a los combustibles fósiles. Entonces creíamos que se trataba de una emergencia energética, de una emergencia climática. Por eso convocamos a un encuentro de sindicatos en Nueva York, en Octubre de 2012, y lanzamos «Sindicatos por la Democracia Energética».

¿Crees cree que los sindicatos tienen el poder para pelear en contra este modelo de desarrollo? El poder de las corporaciones es muy poderoso…

Sí, es muy difícil, por supuesto, pero debemos enfrentar los hechos. Y estos indican que hay otra solución excepto un cambio social y económico radical. Aunque parezca una misión imposible, aunque sea una larga pelea, tenemos que comprometernos a ello ya que la alternativa de un capitalismo verde no está funcionando y, aún si sí lo hiciera, no lograría eliminar la desigualdad social y las relaciones sociales y económicas asimétricas. Quizás podamos tener un capitalismo verde pero no será una sociedad auténticamente sustentable.


Usted ha planteado en distintas oportunidades que para luchar por un nuevo modelo de desarrollo ecológico es necesario también enfrentar el modo de producción capitalista y no solo modificar su forma de desarrollo actual.

No hay otra alternativa. Si partimos de la base de la necesidad científica de «descabornizar» el capitalismo al nivel que es requerido, necesitamos, e inclusive lo dice la Agencia Internacional de Energía, cambios revolucionarios en la producción y el consumo. Eso no es negociable. Debemos respetar a la ciencia, bajar las emisiones de manera abrupta pero eso parece imposible de imaginar dentro de un paradigma capitalista en ascenso. Tampoco se trata de morirse de hambre ni de volver a las cavernas con pequeñas velas y comer insectos. De lo que se trata es de realizar un desarrollo social significativo. Y esto sólo podrá llevarse a cabo si los trabajadores del mundo son parte de la lucha. No podemos organizarnos sólo en torno a la crisis climática, no podemos organizarnos solamente alrededor de un tema. Tenemos que tener un programa general de transformación que sea económico, ecológico y social.

Actividades como el fracking están siendo actualmente muy discutidas. Sin embargo, muchas comunidades aceptan su desarrollo por la necesidad económica. ¿Hay capacidad de lucha cuando sectores de la sociedad civil han aceptado prácticas antiecológicas para sobrevivir?

Este es un desafío importante. En los Estados Unidos hay comunidades indígenas que rompieron cheques y resistieron al fracking, pero son excepciones. La mayoría de las personas, como tu bien dijiste, no pueden posicionarse de la misma manera. La desesperación de esos ciudadanos es impactante. Inclusive en Pensilvania, donde vivo, los campesinos obtienen algo de dinero. Consiguen 700 dólares mensuales por permitir que compañías de gas perforen sus tierras. Por ende, no hay una solución sencilla para todo esto. Usemos a Pensilvania como ejemplo: en un principio, los ciudadanos estaban muy entusiasmados con el fracking, pero ahora que esta actividad ha destruido al medio ambiente y los costos de las propiedades se han devaluado, la mayoría de la gente se opone a que se continúe realizando dicha actividad. Quizás el fracking sí genere algo de dinero, pero debemos intervenir para que los campesinos no pasen por esas situaciones. Existe la necesidad de plantear alternativas realmente sustentables para el desarrollo. Existe, a su vez, la posibilidad de que otras producciones crezcan en la tierra en lugar de perforarla. Hay muchísimos campesinos en el norte de Estados Unidos, donde el fracking es una actividad habitual, que ni siquiera pueden llevar su comida a los mercados porque están regulados por las multinacionales y los grandes minoristas. Esto quiere decir que no pueden proyectar sus producciones en economías de escala. Por lo tanto debemos acompañar el camino de transición de los combustibles fósiles a un modelo de producción sustentable.

Tradicionalmente, a la izquierda le ha costado incorporar el discurso ecológico. En los años 80 y 90 del siglo pasado solía plantear que el tema no era una prioridad mientras los trabajadores estaban siendo explotados. De alguna manera, el tema era relegado de un modo u otro ¿Está cambiando está actitud?

Está cambiando pero creo que la sombra de la ortodoxia a la que tu te refieres sigue en la izquierda. Hablaré desde mi experiencia y me retrotraeré a la izquierda de los años 70. Yo estaba peleando por los mineros en Gran Bretaña y estaba verdaderamente comprometido en el tema. Sin embargo, nunca le dediqué ni un segundo a hacerme preguntas sobre la ecología. Las preguntas eran sobre la lucha de clases. Me tomó mucho tiempo, y creo que lo mismo le pasa a la gente de mi generación y hasta algunos más jóvenes que yo, entender que la crisis ecológica está en el centro de la crisis del sistema. Ahora bien, yo considero que la alternativa tiene que suceder porque hay una necesidad científica de que suceda.

¿Y cómo pueden trabajar los sindicatos, que son justamente quienes representan a los trabajadores que desarrollan el sistema, para que las preguntas acerca de la ecología adquieran centralidad en el discurso de la izquierda?

Creo que ese es el desafío más complejo porque hay reacciones muy comprensibles. La primera reacción posible es «entiendo la importancia, pero nuestros miembros están siendo atacados en otros frentes. Tenemos que definir nuestras prioridades para luchar y sostener los trabajos que llevamos adelante». Otros podrían decir: «Sí, entendemos la importancia, pero no tenemos ni las herramientas ni el conocimiento para jugar un papel en este tema». Creo que los sindicatos sienten que deben lidiar primero con el problema del poder de las corporaciones. No ven la crisis ecológica como una oportunidad o una manera para que la gente se organice. Pero, el mayor problema es la tendencia a separar los temas económicos de los ecológicos, como si fuesen compartimentos estancos. Por lo tanto, la única manera de que realmente podamos alcanzar un desarrollo igualitario es integrando los argumentos ecologistas en nuestra propuesta, para mostrar un modelo de una sociedad diferente. Y ese es un problema para la izquierda actual. Creo, además, que debemos desmontar algunos clichés ideológicos que se pretenden instalar. La idea del diálogo social, del trabajo decente y del capitalismo verde. Esta repetición religiosa del dogma ya no resulta convincente. Se ha demostrado que, al interior de este sistema, no es posible conseguir una sociedad sustentable. Pero parece que algunos creen que repitiendo eso neuróticamente, una y otra vez, un día se hará realidad.

¿Usted cree que algunos sindicatos han internalizado el lenguaje de la clase dominante?

Esa es una muy buena pregunta. Creo que han internalizado el lenguaje de la clase dominante en lo que suscribe, en teoría, a la participación social. Y creo que ese fue el mayor desafío, ese lenguaje de Jacques Delors y la Europa Social, es el único lenguaje que los sindicatos de todo el mundo pueden usar. Más allá de que hacen lo mejor que pueden, creen que no hay más alternativa que la de un capitalismo moderado. Creen que la mejor opción para los sindicatos es convertirse en un movimiento aggiornado al sistema. En algunas oportunidades rechazan la lucha de clases, creyendo que si la lucha de clases es adoptada como la ideología de los sindicatos en un sentido último, se profundizará el declive de los sindicatos hasta llegar a su fin. Y ese es el riesgo. Podríamos estar haciendo las cosas peor pero, si una cosa que sabemos con seguridad, es que si continuamos como hasta el momento, no solucionaremos los problemas de desigualdad, austeridad y crisis ecológica. Y, además, no movilizaremos a nuestros compañeros. La agenda verde en sí misma no mueve a nadie a salir de su sillón y actuar. Y actuando es la única manera en que podremos reconstruir el movimiento. Hay que sacar a la gente de sus asientos. Convertirlos en actores políticos. Campañas políticas como las de Bernie Sanders, o Jeremy Corbyn sugieren que hay esperanza para que esto suceda a gran escala. Y, además, parecen conectarse entre sí. El comienzo de una narrativa común que englobe a cuestiones climáticas, de clase, económicas, empezó a forjarse alrededor de este movimiento. Estoy muy emocionado por todo lo que está sucediendo.

Fuente: Sean Sweeney es coordinador de Sindicatos por la Democracia Energética (nuso.org)