La “solidaridad” en el consumo
Este artículo es una reflexión crítica sobre los distintos “dispositivos” que conforman y reproducen las estructuras de nuestra realidad social. Para ello intentaré evitar los habituales reduccionismos en los cuales no se reconoce otra realidad que la que nos ofrece esa misma realidad que aceptamos como dada. Por la extensión del asunto acotaré la crítica al uso utilitarista que tiene el término solidaridad dentro del actual contexto de la narrativa neoliberal y a la necesidad para los movimientos transformadores de repensar los medios y fines de una “solidaridad prefabricada” que nace y se reproduce alrededor de un mercado que se constituye y erige para sí como el Leviatán realizador de intereses y/o necesidades.
Fuente https://www.miopiamagna.org/
No por obvio conviene recordar que nacemos y existimos bajo unas condiciones sociales dadas, en nuestro caso dentro de la lógica capitalista. Bajo este tipo de sociedades la forma básica es la mercancía y sobre ésta giran todas las relaciones sociales mediadas por el mercado.
Sociedades que se rigen, con respecto al sujeto, por la búsqueda del bienestar individual y en las que bajo la dictadura de lo cuantitativo frente a lo cualitativo el valor de la solidaridad finalmente queda enmarcado a una simple acción espontánea que estará siempre supeditada a la buena voluntad del sujeto perdiéndose con ello su principio ético rector como vinculo social que se orienta hacia el bienestar común, hacia la cohesión de todas y cada una de sus partes. Para llegar hasta aquí también desde el plano simbólico y discursivo el concepto de la palabra solidaridad ha tenido un proceso de vaciado y resemantización a otra más hegemónica y por tanto de sentido común en sintonía con el relato neoliberal. De este modo cedemos y el mercado se apropia de las fuentes discursivas del sentido y lo reintroduce, mediado por el consumo, como acto de generosidad y/o caridad, resaltando y reforzando como valor supremo la bondad individual del que la ejerce.
Dentro de esta dinámica cabría valorar también el efecto colateral que se da una vez transformada en bien de consumo, la “solidaridad prefabricada”, e incorporada dentro de la cadena para su reproducción y circulación. Tenemos entonces la lógica perfecta y a su vez perversa por la que cualquier acto del consumo se puede transfigurar en un acto de solidaridad por consiguente también la solidaridad puede entonces legitimar cualquier acto de consumo. En estos actos hay algo que no se ve fácilmente, también se está comprando ideología. La posible mala conciencia que pudiese quedar por un consumismo irracional y destructivo podría llevarnos, en un examen de conciencia, a intentar hacer algo para contrarrestarlo. Pero en este hacer dentro del consumo lejos de poder aprovecharlo para concienciar obtenemos justo lo contrario. Tendremos un consumidor sin mala conciencia, que no interioriza realmente sus acciones supuestamente solidarias, porque en el precio de los productos ya se está añadiendo veladamente un valor: el blanqueado de la mala conciencia o dicho de otra forma añadimos en el consumo unas dulces cucharaditas del deber moral con los demás. Una vez más se cierra el círculo de toda sociedad consumista, el individuo deviene finalmente como sujeto de consumo y en su acción como consumidor altruista dentro del mercado prefiere ésta, más cómoda y a la carta, sobre otras formas de acción colectivas.
Como anteriormente introducía existe otro plano muy importante y necesario para hacerlo sostenible, la ideología. Ésta atraviesa a los sujetos interpelados en estas campañas que se envuelven bajo simplistas estrategias de apelación emocional haciendo desaparecer o quedando en un plano secundario cualquier tipo de profundización, razonamiento argumentado o explicación sobre los proyectos a los que se van a destinar estas ayudas. Además, o en primer lugar, se introduce con ellas un mensaje de condicionamiento subliminal y de retorno consumista en la que si yo no consumo entonces tampoco estoy colaborando con nada. El sujeto atomizado al que se le es representada la solidaridad como una mera acción individual mediada por el mercado, como un servicio o producto más, produce en él un efecto de consumo para sí mismo que provoca a la larga un distanciamiento de las acciones conjuntas asociadas a retos como el bienestar común o la justicia social.
Otro pilar no menos importante para la construcción de este relato es la necesidad en primera instancia constituir material y discursivamente en protagónico al mercado como un espacio exclusivo para resolver los asuntos de interés social. Para ello las multinacionales dentro del terreno asimétrico donde coinciden se autoconstituyen como actores necesarios y las oenegés se convierten en actores complementarios por una apremiante necesidad material. La introducción de estos dispositivos de “solidaridad prefabricada” dentro del mercado no nos sale gratis. Por un lado se consigue la disciplinación de las iniciativas solidarias que se construyen en la sociedad civil ya que la misma limitación de tiempo y dinero que genera el propio sistema, nos lleva a que estas empresas del “marketing social” monopolicen mediante los usos cotidianos del consumo la oferta de una cómoda solidaridad a la carta de sencilla realización. Con el valor simbólico añadido de hacer de paso una aséptica limpieza de imagen corporativa a todas estas empresas que se adhieren a ellas.
A modo de conclusión, con la introducción y mediación del mercado se fomenta una práctica de la solidaridad que ahonda los problemas que queremos resolver y anula mayormente cualquier tipo de experiencia de cooperación así como cualquier actitud reflexiva y de compromiso.
Este texto era una deuda pendiente y nace de una propuesta que se realizó dentro del foro de EPQQ. Con el no pretendo llegar a verdades absolutas, pero sí a intentar llegar a hacernos las preguntas adecuadas. Finalizaré parafraseando a Nabokov sobre el poema «El sofá» de William Cowper porque quizás de una forma no consciente no dejemos siempre de estar talando los árboles de las avenidas para luego tener que andar con sombrilla.
No lejos, un tramo de columnas
Nos invita. Monumento de antiguo gusto,
Ahora desdeñado, merecedor de otro destino.
Nuestros padres supieron del valor de una sombra
Bajo el sol riguroso; y, en paseos umbríos
Y en pequeños cenadores gozaron, a mediodía,
Del frescor y la oscuridad del día declinante.
Llevamos nuestra sombra con nosotros: privados
De otra pantalla, abrimos las tenues sombrillas
Y recorremos un desierto indio sin un solo árbol.Pako Soler para El Pueblo Que Queremos