Prostitución es Desigualdad
A pesar de lo difícil que es abordar este tema, no querría que se olvidase ni un minuto la situación precisamente de las más olvidadas, de las consideradas aparte, de las juzgadas: de las mujeres prostituidas.
Ni tampoco olvidar nunca a los máximos responsables de su situación: los puteros: Por Bea Ortigosa para El Pueblo Que Queremos…
A pesar de lo difícil que es abordar este tema, no querría que se olvidase ni un minuto la situación precisamente de las más olvidadas, de las consideradas aparte, de las juzgadas: de las mujeres prostituidas.
Ni tampoco olvidar nunca a los máximos responsables de su situación: los puteros…
Por Bea Ortigosa para El Pueblo Que Queremos
Sé de la controversia que existe entre abolicionistas y regulacionistas. Yo no lo escondo, soy abolicionista y aquí quiero sólo expresar mi opinión con lo que he vivido y con lo que he leído estos días.
La prostitución no puede desligarse, a pesar de lo que opina algún youtubero al que no daré publicidad, de la “trata de blancas” (término impreciso que él utiliza). La gran mayoría de mujeres y niñas prostituidas son víctimas de trata: son mujeres que, por su situación de indigencia, pobreza, drogadicción, irregularidad, o cualquier situación de vulnerabilidad, son llevadas a ejercer la prostitución por medio de engaños o de ataques físicos, de externos o de conocidos. Por tanto, no podemos separar tampoco la prostitución femenina (se calcula que el 80% son mujeres y niñas) de su contexto social, es decir, de la construcción de género que hemos hecho en la sociedad y también de la construcción de clases, aunque en otro sentido.
La mujer siempre ha sido tratada en inferioridad, considerada un instrumento para tener hijos, una moneda de cambio, una forma de alianza entre familias, una sirvienta, una virgen que ofrecer a los dioses… Pero, raramente, una persona. Grandes escritores y filósofos, como Rousseau o como Freud, han ninguneado a la mujer y han consolidado su “deshumanización”. Aun dentro de esa consideración de mujer como ser diferente e inferior, hay más matices, y aquí metemos las clases: las mujeres “de bien” estaban ahí para ser buenas esposas, castas, puras y de su propiedad; las prostitutas, en cambio, estaban ahí para que los hombres se “desahogasen” con lo que no concebirían que hiciese una mujer “de bien”, como si el hombre para ser hombre y para ser “buen” hombre tuviese que practicar sexo o cierto tipo de sexo y ejercer su poder masculino. Esto es establecer una relación de dominancia en ambos casos.
Aun en esta división por clases de las mujeres, hay que decir que los hombres de todas las clases sociales “consumen” prostitutas. Aquí da igual ser rico, pobre, de derechas o de izquierdas. No voy a meterme hoy en el absurdo de buscar la igualdad para la clase trabajadora sin tener en cuenta a la mujer en esa igualdad.
Pero la falta de consideración de la mujer y la jerarquía en cuanto a los tipos de mujer que nos establecen no es sólo Historia, es actualidad. Pongamos un ejemplo: no hace falta ser comunista para saber quiénes son Marx o Lenin, en cambio, me pregunto cuántas personas conocen a Flora Tristán o a Aleksandra Kollontai, incluso dentro de las que se interesan por el socialismo o el comunismo.
Por otro lado, seguimos pensando en las mujeres como “de bien” y el resto. Pongamos otro ejemplo: un chico grita en la calle barbaridades y obscenidades varias respecto al aspecto físico de mi amiga pero, al poco, se da cuenta de que la conoce y va a pedirle perdón y a saludarla porque “no había visto que eras tú”. ¿Qué pasa en este ejemplo? Que aún existe ese pensamiento que separa lo que yo veo bien para las mujeres que conozco (madres, hermanas, compañeras) y lo que veo bien para otras mujeres que me dan igual (esa es una guarra, a esa le daba yo. O sea, te considero un cuerpo, quiero acceder a tu cuerpo quizá por dinero, eres un agujero andante y tengo derechos sobre él). Siguen gritándonos por la calle, siguen haciendo comentarios como “¿no tienes miedo de que te asalte el virus con lo guapa que eres?” en entrevistas a mujeres, o como “solo hago yoga por verle el culito a la profesora” en cualquier situación cotidiana, con toda la normalidad del mundo. Ejemplos, tenemos miles.
Por seguir con la actualidad, escuchamos a menudo cosas como “yo no necesito el feminismo”, “tú puedes con todo”, que “sólo tú decides tu destino”, que no necesitas a nadie que luche por ti para salir adelante, como si luchar colectivamente por tus derechos te hiciese más débil o perdieses fuerza individual. Pero lo cierto es que no todo depende de ti y no siempre tú decides. No existe esa “meritocracia” de la que hablan. Cada persona nace con unas circunstancias que van a marcar lo que puede decidir y lo que no. Si naces mujer y con dinero, tendrás acceso a estudios, aunque también condicionados por tu género (no hay más que ver la proporción de mujeres por tipo de carrera). Y si naces mujer y pobre, tienes infinitas puertas cerradas (son las mujeres las que ocupan los trabajos más precarizados). Y si naces mujer, pobre y en un país empobrecido, las puertas son muros de hormigón. Si te enseñan desde pequeña que tu valor es tu cuerpo y que puede ser una herramienta en caso de necesidad y que no vales más que eso, es lo que te acabas creyendo. Si encima te encuentras en un país en el que no dominas el idioma, no tienes papeles y tienes una deuda, no te imaginas lo expuesta que estás y las decisiones que tomas libremente: cero.
Se dice a menudo que las mujeres ya tenemos igualdad legal. Bien, tenemos igualdad legal si tenemos la nacionalidad española, por un lado. Por otro, existen otros tipos de desigualdad. El que la mayoría de personas prostituidas sean mujeres y niñas, dice mucho de la desigualdad de consideración y de oportunidades. El que se crea que se tiene derecho a acceder a un cuerpo porque se paga, dice mucho de esta desigualdad y sociedad jerárquica. Los cuerpos no son un servicio. Lo explica bien Ana de Miguel cuando dice que, si fuese una profesión, no desaparecería si quitamos el dinero de la ecuación. Es decir, yo, como fisioterapeuta, puedo ofrecer mis servicios de fisioterapia sin pedir dinero a cambio y seguirá llamándose fisioterapia. En cambio, si yo como prostituta ofrezco mis servicios gratis, ya no se llama prostitución, se llama sexo, pero el concepto de prostitución desaparece. Sólo el dinero da acceso a una situación que no existiría de ninguna manera de otra forma.
Vamos ahora a la legalidad: un gran número de mujeres prostituidas no tiene papeles. Y, ¿qué dice la ley? Que si denuncian a sus proxenetas, serán protegidas durante todo el proceso que dure la investigación. Vale, pero en ningún momento asegura que no vayan a ser deportadas después. Y voy más allá, pedirle a una persona en situación irregular y de máxima vulnerabilidad que vaya a denunciar a la policía o la guardia civil, es pedirle que vaya a ver a las personas que se encargan de deportarla o que han ejercido violencia contra ella o que incluso son “clientes” suyos (y no sé si es necesario explicarlo porque me parece evidente pero no, no es un ataque a todo el cuerpo de policía ni de la guardia civil. Sólo afirmo que pasa por vivencias propias y por varios testimonios).
Pues bien, en esta situación de desigualdad, de no tener papeles, de quizá no hablar el idioma, de estar amenazada, se ha venido a sumar el Covid 19. Obviamente, no pueden ganar dinero ni salir de esta situación. A pesar del confinamiento, algunas pueden verse forzadas a arriesgarse a salir. No pueden declarar en la Seguridad Social, algunas no tienen papeles, así que es complicado pedir ayuda o tener acceso al sistema sanitario. Además, varias mujeres prostituidas han declarado que les están pidiendo menos dinero por los mismos servicios y varios hombres en varios foros están escribiendo cosas como que “va a haber más producto nacional con la crisis que se viene” o “va a ser como en 2008, muchas camareras van a tener que poner el culo”. ¿Qué mayor muestra de desigualdad que el hecho de que se considere por lógica que, por tu género, vas a vender tu cuerpo y yo, con mi género, voy a poder aprovecharme de esa situación? Y con esto no acuso a todos los hombres a título individual, por supuesto. Vuelvo a la educación por géneros y al hecho de que a ellos también les oprime este sistema, en otros términos completamente diferentes. Pero ése no es el asunto que me ocupa hoy y sólo animo a los hombres a que se manifiesten contra la masculinidad impuesta que limita la libertad con la que se puede desarrollar uno como persona también.
Tampoco es un ataque a las mujeres prostituidas, en absoluto. No hay que confundir la vulnerabilidad con la debilidad. El abolicionismo es un proceso largo y aquí sólo expongo una opinión sin profundizar ni en la construcción de la sociedad ni en las salidas que se proponen ni en todo lo que hay detrás del ambiente putero, ni siquiera he mencionado el porno. No estoy haciendo una tesis, mis conocimientos son limitados, sólo me expreso lo libremente que puedo sobre los temas que más me angustian y menos entiendo.
Lo que quiero decir con todo este texto es: basta ya de tratar a las mujeres como a objetos, basta de tratarnos de forma diferente, basta de clasismo y de racismo. La educación en la reflexión y la empatía es la forma de cambiar este sistema de poder a largo plazo. Mientras tanto, no hay que esperar a que “la clase política” reaccione. Sólo tenemos una mención en febrero de 2019 para evaluar el Plan Integral de Lucha Contra la Trata de Mujeres y Niñas con Fines de Explotación Sexual y proponer otro, no salió, y nunca más se supo. ¿Qué está en nuestras manos y qué está ocurriendo todos los días delante de nosotras? La hipersexualización de la mujer y la normalización de los puteros, que perpetúan la situación. Y será ahí donde habrá que actuar. Como le dijo Amelia Valcárcel a Ana de Miguel: